debería ser considerado PECADO por quienquiera que se atreva mínimamente a imaginar lo que implica ese nombre.
Nombar el nombre de Diosa en vano debería ser considerado PECADO, pecado incluso mortal, por quienquiera que se atreva mínimamente a imaginar lo que implica sentir, no ya sentirla, sino simplemente SENTIR como se siente a la hormiga sujetándose al vello del antebrazo en su lucha por no caer al vacío; sentir el sol impidiendo que se abran los ojos tras la siesta a orillas del mar o sentir el jugo de la sandía cayendo por la barbilla y resbalando por el cuello antes de manchar la camisa. SENTIR sintiendo, no sentir pensando.
Si nombrar el nombre de Diosa en vano fuera pecado, nuestro volcabulario se vería drásticamente reducido. De un plumazo desaparecerían palabras que hacen referencia directa a ella. Hablar de lo
sagrado femenino sin nombrarla se convertiría en algo sumamente complicado. También de la
divinidad, de la
madre cósmica y de la
esencia de lo femenino, sin olvidarnos del
poder, ese gran poder heredado de ella misma... Con tantas palabras fuera del vocabulario, el silencio estaría un
poquito más cerca y, con el silencio, el sentir también estaría un
poquito más cerca.
Nombrar el nombre de Diosa en vano debería ser considerado pecado porque no se puede hablar de lo que no se sabe y hay cosas que, sencillamente, no se saben, se sienten.
Personalmente tengo la manía de no usar palabras cuando se trata de sentir, por eso hago el amor en silencio. A veces, en esos momentos de tan intensa intimidad, intento expresarle a mi amado lo que siento pero me pasa que si lo pienso, me pierdo y ya no tengo nada que decir. Si no lo pienso, siento, siento tanto que entonces las palabras pierden el sentido, (¿o soy yo la que lo pierdo?)
Hoy no he sentido. No me he dejado entrar en la experiencia más íntima del sentir que tengo y para colmo le he lanzado a mi amado amasijos de mierda enrollados por todas y cada una de las palabras vacías pensadas, escuchadas y leídas de los últimos años. De nuevo el mismo mensaje sin decir, callado durante tanto tiempo, regresa un mes más iracundo y disfrazado de cualquier cosa dirección a quien menos blasfema. Querida hechicera maldita, gracias por afinar por fin la puntería, hoy noche en menguante, y animarme a sacar del amasijo de mierda cada palabra vacía enrollada en él. Porque estoy hasta el coño, sí, de tanto ruido lingüístico, de tanto vacío con hermosas formas, de tantas palabras dichas en vano. "Cuidado con las palabras", advertía Alejandra Pizarnik; otros no advirtieron sino que afirmaron que "E
n el Principio era el Verbo, y el Verbo estaba ante la Diosa y el Verbo era la Diosa".
El Verbo era la Diosa.
El Verbo era la Diosa.
El Verbo era la Diosa...
Me pregunto cuántas veces tendría que repetir esta frase para entenderla y dejar de blasfemar con cada palabra pronunciada no habitada...
Perdóname, Diosa, porque he pecado y estoy hasta el coño. Ya te contaré todo esto mejor cuando me baje la sangre, eso sí, sin palabras de por medio...
Día 24.